Imagen propiedad de Netflix (Dahmer)

La nueva miniserie de Netflix Monstruo: La historia de Jeffrey Dahmer protagonizada por el actor Evan Peters ha despertado críticas muy negativas en todo el mundo.

¿Quién es más malo, el malo o el que glorifica al malo? Estamos en vísperas del 31 de octubre y con la llegada de los típicos disfraces de vampiros y demonios característicos de estas fechas, también lo han hecho las series y películas de terror a la primera plana de las plataformas de streaming. En la plataforma en crisis por sus producciones de argumento pobre tan solo capaces de entretener a la preadolescencia y triturada por sus competidoras (es decir, en Netflix), ahora se ha inventado una nueva forma de generar suscripciones a la desesperada: jugar con el dolor de familias enteras que perdieron a un ser querido por el asesino serial y carnicero de Milwaukee Jeffrey Dahmer.

Si algo caracteriza a una buena serie de drama es que al finalizar el capítulo y apagar la televisión, somos plenamente conscientes de que lo que acabamos de ver es a grandes (o mediocres, depende del caso) actores interpretando un papel en una serie, y a fin de cuentas, estamos viendo ficción. Por eso, en este tipo de producciones, da igual si un personaje es asesinado de forma cruel, porque sabes que ese actor no está en el papel de una persona que falleció realmente. Sin embargo, al reproducir esta nueva miniserie, el sabor de boca al finalizar cada capítulo es diferente. Cada actor que posee el papel de cada una de las víctimas de Dahmer está interpretando a una persona que falleció en la vida real tras ser torturada, amenazada y asesinada de forma cruel para después ser el entrecot en el plato de cada comida del caníbal de Milwaukee. Si en una serie, el objetivo principal es que el espectador acabe alcanzando tal disfrute que incluso desperdicie horas de sueño por terminar un capítulo más, en este caso sucede todo lo contrario; al finalizar un capítulo, preferirías no haber visto nada.

Lo peor, aunque crean ustedes que no puede ir ya a peor, es que ninguna familia de las víctimas ni ninguna persona relacionada con el caso (como los vecinos de Jeffrey Dahmer) recibió la llamada de Netflix para solicitar el uso de su información personal para la elaboración de la serie. Especialmente en el caso de las víctimas, los nombres de las diecisiete personas asesinadas por el caníbal de Milwaukee fueron utilizados sin un consentimiento explícito y consensuado. En definitiva, en un alocado cóctel donde lo único rescatable es el gran guion de Ryan Murphy y la actuación de Peters, han mezclado un intento desesperado por recuperar suscriptores para evitar el sorpasso de la competencia (HBO Max, Disney Plus y Amazon Prime Video, principalmente) y la búsqueda del dinero fácil con una violación del derecho a la propia imagen de las víctimas de un psicópata.

Fotografía de la serie, Netflix

Por otra parte, la madre de Tony Hughes (uno de los chicos asesinados por Dahmer) concedió una entrevista al diario británico The Guardian donde clarificó que, además, el episodio que trata sobre la muerte de su hijo no es fielmente un reflejo de lo que verdaderamente ocurrió: “No sucedió así”. Por si fuera poco el hecho de que Shirley Hughes haya tenido que resucitar el trauma sin previa consulta, lo ha tenido que revivir con hechos inventados o manipulados.

En realidad, la verdadera y espantosa noticia ha sido conocer que esta serie, calificada como no apta para menores de dieciocho años (aunque ya sabemos que eso no suele importarles a los padres que no controlan lo que ven sus hijos en Internet), ha llegado a los ojos de muchos menores de edad (incapaces de diferenciar el bien del mal) que están idealizando al macabro monstruo estadounidense. A esa edad, cualquier niño idealiza todo lo que aparece en la tele. Pero en esta ocasión, muchos de estos preadolescentes están confesando que el macabro Dahmer no les parece un psicópata o un monstruo o que incluso, aún había algo de arrepentimiento y humanidad dentro de un asesino serial responsable del asesinato, el desmembramiento y la ingesta de diecisiete personas en su juicio final. Básicamente, el síndrome de Estocolmo y la romantización del asesino secuestrador elevado al máximo exponente e inducido a niños de entre diez y catorce años que comienzan a usar por primera vez las redes sociales (Instagram y fundamentalmente TikTok) por una empresa que funciona únicamente como máquina de generar ingresos. Sin embargo, no bajo todo pretexto es ético ganar dinero y si este último proviene del dolor, peor aún.

Un apunte, es que Netflix ha estrenado paralelamente otra miniserie sobre el popular asesino, pero en esta ocasión, con la finalidad de representar la crudeza real de Jeffrey Dahmer a modo de documental (a buen entendedor, pocas palabras bastan). Si tan solo hubieran sacado a la luz estos capítulos, estaríamos hoy hablando de otra cosa. Sin embargo, la otra propuesta para finales de octubre es mucho más mediática. Al final, el dinero todo lo puede.

Sonaría desagradable que una empresa de streaming crease una serie de drama criminal (que no documental) que endiosara, por ejemplo, a los autores de la desaparición de las niñas de Alcácer. Sonaría también desagradable, que la susodicha serie fuera protagonizada por un par de grandes actores que consiguieran darle una perspectiva diferente a los perpetradores del crimen. Sonaría aún más desagradable si la serie mintiera sobre los hechos y fuera realizada sin el consentimiento expreso de los familiares de las víctimas. Entonces, ¿por qué no es desagradable la nueva serie sobre Dahmer? Aunque, realmente, la pregunta debería ser la siguiente: ¿Cuánto tiempo más va a pasar hasta que esta macabra serie sea removida de la plataforma definitivamente?