Imagen propiedad del Atlético de Madrid obtenida de sus RRSS

El Atlético de Madrid pierde en Portugal y queda también fuera de la Europa League tras el empate del Leverkusen

Vergüenza, deshonor, bochorno, oprobio, deshonra… Todas estas palabras tienen dos elementos en común: son sinónimas y describen a la perfección el justificado sentimiento del aficionado del Atlético de Madrid tras una fase de grupos para olvidar, donde una vez más los colchoneros desplazados han sido los héroes que más han defendido y honrado el escudo y los colores del Atleti. Ni los jugadores ni el cuerpo técnico han dado la talla en Europa esta temporada. Tristemente, y como se veía venir, del Atleti que enamoró a toda Europa de 2014 a 2017 solo quedan las cenizas: su afición. Derrumbaron el coliseo rojiblanco, nuestro amado Calderón; sustituyeron un escudo histórico que nos enamoró cuando éramos niños, y que era símbolo representativo de los valores del Atlético de Madrid (humildad, trabajo, coraje y corazón) por un logotipo de dudosa procedencia del que nadie se siente partícipe; por último, mancillaron la elegancia de las históricas rayas rectas sustituyéndolas por unas mareantes curvas que ni el moderno marketing puede explicar. En definitiva, todos estos cambios han roto lo más importante que tenía el Atlético de Madrid: su identidad y su esencia; la cual murió en la temporada 2017/18 con el cambio de escudo, estadio y criterio para el diseño de camisetas. Un club sin identidad es un club moribundo y sin rumbo.

Sin embargo, y aunque todo lo anterior tiene bastante peso para explicar la situación actual por la que está atravesando el club del Manzanares, hay un trasfondo futbolístico mucho más importante. El Atleti de Simeone nace en el año 2011 con tres pilares fundamentales: la importancia del aspecto defensivo de este deporte, la meritocracia y los jugadores con garra; y de eso, tampoco queda ya nada. Tras once años al frente del equipo, todos los elementos con los que un aficionado al fútbol identificaba al Atlético de Madrid de Diego Pablo Simeone han ido desapareciendo poco a poco: la defensa está llena de agujeros, como si fuera un queso gruyere (aunque el queso suizo es incluso más duro que los centrales y laterales rojiblancos); el criterio de la meritocracia para entrar al once inicial ya no existe (y si existiera, Pablo Barrios debería ser ya titular indiscutible, porque en pocos minutos, en estos dos últimos partidos, ha demostrado más ganas de defender la camiseta que porta que muchos “indiscutibles” para Simeone); y de los jugadores dispuestos a dejarse la vida desde el pitido inicial hasta el final, como Filipe Luis, Juanfran, Gabi, Godín, Diego Costa, Tiago Mendes, Raúl García o Miranda, ya solo queda su leyenda.

Sobre el partido, una palabra lo describe: nefasto. Pobre del periodista deportivo encargado de hacer la crónica de lo de hoy; yo no sería capaz. Básicamente, el equipo hizo acto de presencia pero sin pelear el resultado ni al principio, ni al final, ni entremedias: tan solo queda el retrato de un equipo mediocre, atormentado y perseguido cruelmente por lo que un día fue.

La temporada aún no está perdida del todo, porque aún queda la Copa del Rey (y deberían luchar por ella como si les fuera la vida en ello, para entregársela como agradecimiento a una afición que jamás les ha fallado, falla o fallará) y quedar en puestos Champions en liga. Sin embargo, al igual que es una posibilidad cerrar la temporada felizmente como terceros o cuartos en la competición doméstica (porque aspirar a más frente a los dos colosos de arriba es ilógico) y firmando una Copa del Rey decente (quizá sirva con unas semifinales para maquillar levemente el desastre), otra posibilidad es la de que todo termine tocando fondo de verdad (porque siempre se puede estar peor, como ya ha dicho Simeone en zona mixta estos últimos días); solo de pensar en una debacle mayúscula en Copa (por ejemplo, una eliminación frente al SD Almazán) y en un puesto en liga decepcionante (por debajo de la Champions todo sería decepcionante), entran los escalofríos y los sudores fríos.

La solución a esta catastrófica situación no es sencilla. De hecho, yo mismo escribía tras la eliminación de la Champions el pasado 27 de octubre en este artículo que la solución fundamental debía pasar por el trabajo conjunto entre los jugadores y cuerpo técnico y la afición del Atleti. Sin embargo, escribí eso pensando que, por lo menos, el equipo jugaría la Europa League; ahora, tras esta última y brutal puñalada, esa solución es banal y está ya completamente obsoleta. Siendo realistas, Simeone tiene tanta culpa como los jugadores; ni el entrenador más, ni los jugadores menos, ni viceversa. Todos podrían haber hecho muchas cosas mejor para que la andadura europea del club colchonero no terminara tal y como ha acabado.

La luz al final del túnel tiene que estar en la siguiente temporada; en la presente, hay que hacerlo lo mejor posible. Para esta temporada, resta tratar de hacer una buena Copa y quedar en puestos Champions en la liga (más importante lo segundo) como escribía líneas atrás. Para la siguiente temporada, muchos jugadores sin compromiso o que ya no dan la talla tienen que marcharse y dejar su sitio al presente y futuro del Atleti, que pasa indudablemente por el esfuerzo, la entrega y el sacrificio de Antoine Griezmann, Jan Oblak, Reinildo y Koke; por la calidad de Thomas Lemar y de Joao Félix (si este último desea quedarse; en caso contrario sería entendible); y por la juventud de Pablo Barrios, Rodrigo Riquelme, Samuel Lino, Manu Sánchez y quizá también de Sergio Camello (este último, algo más complicado por el overbooking de delanteros). El resto de los futbolistas no debería tener un puesto asegurado en el equipo. En definitiva, las claves de una solución rápida pasan por la cantera y no por la cartera, es decir, por utilizar a jugadores que de verdad quieran pelear por el escudo del Atlético de Madrid y no más mercenarios con gigantescos sueldos a los que no les importa el Atleti en absoluto.

Por último, aunque duela, hay que dejar una cosa clara: si Simeone ya no se siente tan capaz de liderar este proyecto como antes, debería ser honesto, asumir su responsabilidad y dejar el club cuando se le haya encontrado un sustituto. Si no lo ha hecho todavía, es porque, con total seguridad, aún se cree capacitado para seguir a la cabeza. Es un hombre de club, y tan pronto como se dé cuenta de que él es el problema (si lo es), se hará a un lado.

Quizá, la vía rápida sea “El Niño” y Fernando Torres termine siendo entrenador del primer equipo de forma totalmente prematura y antes de su debido tiempo…