Hay quienes en 2023 aún son incapaces de entender por qué somos del Atlético de Madrid. La realidad es que ni nosotros mismos lo sabemos. Lo somos, y ya está; sin explicación alguna
En noches tan duras como esta, siempre me acuerdo de la primera vez que pisé la orilla del río Manzanares. El fresco olor y la gélida ventisca, característicos de aquel idílico lugar, recorrieron mi cuerpo en aquel día de invierno. Entré con mis padres al Vicente Calderón sin saber que estaba a punto de vivir una de las mejores experiencias de toda mi vida. Bendito día.
El tour guiado nos acompañó hacia la sala de trofeos, el museo de imágenes y camisetas históricas del Atleti, el palco y las gradas. Por último, nos comunicaron que había una sorpresa preparada. Bajamos hacia el túnel de vestuarios y los sistemas de megafonía del club reprodujeron el himno a todo volumen; tocamos pie de campo sintiéndonos auténticos futbolistas del Atlético de Madrid. Por muchas palabras que intente emplear, es imposible hacerle sentir, lector, lo mismo que yo viví aquella tarde. Pero sí es posible afirmar que aunque no sé cómo entré, porque ya no me acuerdo, aficionado del Atlético de Madrid salí seguro.
Cuando el corazón se te expande, el oxígeno te sobra y el alma se te engrandece, sabes que estás en el lugar correcto; en ese lugar donde la palabra libertad se queda corta y donde todo parece posible. Ahí se respira autenticidad y uno se siente más vivo. Algunos lo llaman segundo hogar, aunque yo desde aquel día lo llamo Vicente Calderón. Y amo ese susodicho día porque gracias a él soy del Atleti hasta la muerte y sé que no hay sentimiento más bonito que éste ni tampoco trofeo en el mundo entero que pueda cambiarme.
Algunos, llamémosles soberbios o narcisistas, no entienden por qué hay aficionados del Betis si existe el Sevilla, que ha ganado seis Copas de la UEFA; seis más que su eterno rival. También es imposible explicarles, por ejemplo, que hay quienes prefieren perder junto al Espanyol que ganar vistiéndose de blaugrana. Son los que tampoco entienden qué hace a una persona ser del Atleti, cuando el Real Madrid es presuntamente el culmen de la felicidad más absoluta. Que se la queden para ellos.
No tendremos ni una sola Copa de Europa que adorne nuestras vitrinas, pero aquí los valores abundan. Y a veces la grandeza no es material ni está hecha de metal sino de sentimientos y recuerdos. Solo donde está la felicidad también está la gloria. Tampoco entenderán esto.
Claro, son los mismos que, por citar un ejemplo concreto, tras la final de la Supercopa de Europa del año 2018 que viví de vacaciones familiares, corrieron despavoridos a sus hoteles a cambiarse de camiseta. Quizá fue porque el blanco se podría haber ensuciado fácilmente con la arena de las playas alicantinas, aunque es más probable que la razón fuera la siguiente: sintieron vergüenza de su propio equipo y fueron incapaces de honrarlo a pesar de la derrota, ergo solo aman al blanco cuando les otorga títulos. Qué vida tan triste.
Regresando a la inmediata actualidad, claro que duele perder. Pero sabe mejor la derrota si va acompañada de una inherente imagen de lucha, sacrificio y coraje. La actitud lo es todo, y los jugadores lo han entendido. No se trata solo de ganar o caer eliminado, sino de intentarlo hasta que flaqueen las fuerzas; de renacer cuando finalmente el fútbol te deja de lado una vez más. Eso es el Atleti: combatir, levantarse y repetir las dos anteriores hasta el hartazgo.
Hay que quedarse con las buenas sensaciones. Después de todo, y aunque ahora quieran negarlo a fin de cambiar el relato histórico (típicamente madridista), durante 79 minutos han visto cómo un equipo resquebrajado por una nefasta temporada les ponía contra las cuerdas y en serios aprietos. Ahora celebran, pero en el fondo respiran aliviados. Por ello enaltecen la victoria en el derbi al son de la samba de la intocable víctima del omnipresente racismo que, curiosamente, solo afecta a él y no a otros como Rodrygo, Camavinga o Rüdiger.
Quien seguramente haya logrado su objetivo es César Soto Grado, el colegiado del partido, al dejarse las amarillas para el Real Madrid en el vestuario, obviar la evidente expulsión de Ceballos por doble amarilla y hacer lo propio con Savic. Una vez más, contra todo y contra todos, el Atlético de Madrid ha logrado molestarles lo suficiente tanto como fotografiar sus visibles debilidades. Misión cumplida.
Y en cuanto al futuro inmediato, una sola palabra queda por decir: Osasuna.
No me gusta el futbol, ni soy de ningún equipo, pero leyendo tu artículo te haces aficionado del Atleti
Me gustaMe gusta
Mi gran futuro periodista👏🏽👏🏽
Me gustaMe gusta