Tanto el silencio, la huelga de animación y la posible vuelta del escudo caben en una sola y lógica consigna: lucha legítima, tiempo inadecuado.
Que es un simple escudo, dicen. “Un símbolo que os debería dar igual”. La diferencia es que ellos no han tenido que sufrirlo: los clubes de sus amores no han cambiado su apariencia. Son los mismos de siempre, con sus escudos de siempre. Y en el caso del Atleti, sí ha ocurrido. El escudo rojiblanco ya no es el mismo y, por ende, por muy mínimo que sea el cambio, el aficionado del Atlético de Madrid ahora se siente extraño en su propio estadio; en su propia casa.
Y si lo del Atlético de Madrid es un caso aparte, que pregunten a los aficionados del Real Valladolid o de la Juventus, que seguro que están de acuerdo con el cambio – nótese la ironía -. O incluso a los del Barcelona, con aquella aberrante permuta que le quisieron realizar al histórico escudo blaugrana. La diferencia es que los socios del Barça pudieron votar que no. Una decisión sometida a votación que sirvió para negarse a que el fútbol le pertenezca a cualquier otra entidad alejada de los socios. Los aficionados culés disfrutaron justamente de lo que gran parte de la afición del Atlético de Madrid reclama ahora: democracia interna.
Regresando al tema principal en torno al que gira este artículo, el escudo: ¿qué atlético no quiere la vuelta del escudo tradicional? La mayoría lo desea y la directiva ya lo sabe. Las ventas de la cuarta equipación de la temporada pasada que portaba el escudo de siempre se dispararon, en contraste con el resto de las prendas y camisetas con el escudo nuevo que se venden extremadamente poco. Y el club necesita ingresar dinero por esa importante vía, y los atléticos, sabedores de esta situación, lo utilizan como arma de desgaste en esta lucha.
De hecho, para darse uno cuenta de que la entidad parece estar meditando una posible marcha atrás, tan solo hace falta adentrarse en la tienda oficial del Atlético de Madrid para encontrarse con una sección de camisetas retro (muchas de ellas con el escudo anterior al tan polémico cambio).
Y todo ello es normal. Como en cualquier decisión estética, la percepción de cada uno juega un papel importantísimo. Habrá quienes prefieran el escudo actual (posiblemente pocos o jovencísimos aficionados), quienes no tengan preferencia por uno u otro y quienes fueron – y siguen siendo – plenamente reacios al cambio. Yo me encuentro entre los del tercer grupo.
Para mí, el escudo del Atlético de Madrid, con el que yo crecí, es el anterior. Aunque me gusta llamarlo “el escudo de siempre”. Aquél que yo vi en el Vicente Calderón, cuando lo visité por primera vez, era recto y no curvado y el oso y el madroño tenían color y no se simplificaban a un más que cutre azul comercial. Ahora, el mítico oso se ha convertido en un desconocido animal que se acerca a un árbol azul – ni se apoya en el madroño; a saber cómo aguanta el animal tanto tiempo inclinado a dos patas sin caerse -.
Y no se trata solo de una cuestión estética (batalla también perdida por el nuevo escudo), sino que también de la simbología histórica del club y, más importante aún, del sentimiento de pertenencia, que ahora se ve pisoteado por un cambio en el que no caben todos los atléticos; por un cambio que tan solo ha logrado partir al Metropolitano.
Por todo ello, con la guerra por la belleza perdida, los ingresos económicos de la tienda oficial flaqueando y la inherente división que el símbolo produce, es más que evidente que la directiva no puede seguir considerando este problema como “una cuestión sin importancia alguna”.
Y ojalá se aborde la cuestión de manera oficial lo antes posible y, dispuestos a soñar, que se someta a votación en un referéndum habilitado para todos los socios. De hecho, si la directiva cree conveniente mantener el escudo actual como un logotipo comercial que ilustre las redes sociales y la página oficial del club, adelante. La cuestión de debate reside, en el fondo, en el escudo que visten los jugadores, el que se vende de manera oficial en las tiendas y el que tiñe de rojiblanco el pie de campo del Estadio Metropolitano.
La belleza del escudo de siempre, su significado inherente, la historia que lo acompaña y lo que para mí significa, son las razones principales por las que votaría a favor del regreso de un viejo amigo que, probablemente, no debería haberse ido de nuestras vidas jamás.
Así pues, podré ser partidario de la lucha, pero no de la lucha armada. Hacer una huelga de animación justo ahora es, cuanto menos, irresponsable. Aquel que se considere aficionado del Atlético de Madrid y anteponga un escudo a los resultados futbolísticos del equipo, podría dejar de llamarse aficionado del Atlético de Madrid, pues más que beneficiar termina por perjudicar a la entidad.
Primero debemos pelear por la clasificación a la próxima edición de la Champions y luego luchar por la vuelta del tan ansiado y mencionado escudo. Cualquier otro orden de los acontecimientos es incorrecto. Una vez finalizada la temporada – y esto prometió de manera acertada el club en aquel comunicado: que se trate la cuestión cuando lo deportivo no sea lo prioritario -, es el momento idóneo para votar.
Por todo ello, tanto el silencio, la huelga de animación y la posible vuelta del escudo caben en una sola y lógica consigna: lucha legítima, tiempo inadecuado.