El astro francés, con su entrega y lucha diaria, se ha ganado el ansiado perdón que buscaba. Ya no importa el pasado, sino que Griezmann es de nuevo nuestro Antoine

Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. ¿Qué persona no ha cometido jamás un error? ¿Quién en el mundo es perfecto y no toma decisiones equivocadas? Si hay alguien que ha alcanzado tal altísimo grado de perfección, que nos confíe su, seguro, tan preciado secreto — el de no equivocarse nunca —.

En el caso concreto de Griezmann, es un secreto a voces que no eligió el camino correcto. En términos coloquiales y de actualidad, digamos que «cambió un Rolex por un Casio». Intercambió, a fin de cuentas, un club donde se le quería y donde él mismo se sentía como en su propia casa por una mentira; por el engaño de jugar “en un club más grande”. Pero recordemos que la grandeza no se mide en metales, y eso el propio Antoine lo sabe bien. 

Al final, el tiempo le dio la razón a su mujer, Erika. Pasó de ser una estrella a ser uno más; a convertirse en un jugador desechable y prescindible. ¿Qué culé echa de menos a Griezmann? ¿Qué culé siquiera se acuerda de que un tal Griezmann jugó en su equipo? Allí se convirtió en una pieza más del tablero y aquí fue (y ahora de nuevo es) leyenda.

Ojalá se hubiera dejado aconsejar por su esposa. Ojalá jamás se hubiera marchado. Y, sobre todo, ojalá las formas de escabullirse hubieran sido más respetuosas con el club que todo le dio y nunca hubiera escogido los engaños, documentales o precontratos (como ese que lo alejó mentalmente de aquella fatídica noche europea frente a la Juventus en Turín) como vía de salida.

¿Pero qué debe hacer el aficionado del Atlético de Madrid si nada de esto se puede ya cambiar? Es sencillo: perdonar; aprender a perdonar, de hecho. Nadie merece ser juzgado — menos crucificado — por un pasado del que se arrepiente y que, además, intenta cambiar a diario a base de trabajo duro y de esforzarse como el que más. Como su propio nombre indica: es pasado. O pretérito, ya ocurrido, referente a otros tiempos, o, incluso, que no pertenece a la actualidad. Todas esas palabras tienen un denominador común: la imposibilidad de alterar lo ya establecido. Por ello, Antoine vuelve a ser del Atleti y lo está demostrando partido a partido. 

Es emocionante verle correr, crear juego, pelear cada balón dividido, recuperar posesiones clave y dirigir al equipo como si de un director de orquesta se tratara. Más aún verle celebrar un gol con rabia y, sobre todo, con alegría. Y el culmen de la satisfacción es observar cómo es de nuevo capaz de poner en pie a todo un coliseo: su coliseo. Porque se lo ha ganado y la afición ya lo ha perdonado — es más, lo aplaude —. En definitiva, y como si aquello nunca hubiera ocurrido, la afición vuelve a ser suya y la comunión perfecta entre Griezmann y la grada ha regresado a su cauce habitual.

Incluso me aventuraría a afirmar que Antoine ya ha hecho sus deberes y que los que realmente vamos a septiembre somos nosotros. Porque a él no le ha importado el clima de tensión creado tras su regreso o que se le deseara la muerte desde la grada ultra cuando volvió vestido de blaugrana. Al igual que tampoco le incomodó la fastidiosa cláusula que provocó su casi encadenamiento al banquillo (pese a que, cual león, quiso salir de la jaula y arrasar con todo). Y nosotros, al contrario, sí desconfiamos de su buena fe y de sus ganas de trabajar. Dicho de otro modo: Griezmann ya está perdonado; ahora falta que él nos perdone a nosotros.

Así pues, el astro francés, con su entrega y lucha diaria, se ha ganado el ansiado perdón que buscaba. Ya no importa el pasado, sino que Griezmann es de nuevo nuestro Antoine. 

Posdata: Nosotros a ti también, Antoine.