En una nocturna cita con la historia misma, Simeone ha agrandado un poco más su eterno legado. En esta emocionante noche, Don Luis ha abdicado y el Cholo ha heredado el trono.

Era un club fracturado, en plena reconstrucción. Pasó demasiado tiempo en aquella cárcel que fue la segunda división. Era un equipo en el que ganar una Europa League en 2010 parecía ser el techo. ¿Aspirar a algo más? Ni pensarlo: habíamos de conformarnos con aquello.

Pero bien es sabido que la vida tiende a dar giros de 180 grados. Cuando todo parece perdido, puedes ganar. Cuando parece no quedar esperanza, una cálida luz se enciende. Y esa luz llegó al Vicente Calderón en 2012: era un hombre que vestía el negro. Serio y comprometido como pocos — precisamente cuanto necesitaba el Atleti en aquella temporada —. Fue capaz de unir el resquebrajado puzle que era aquel equipo. Y lo hizo, además, en tiempo récord. ¿Su nombre? Diego Pablo Simeone.

Qué bonito es recordar el pasado. Para saber de dónde vienes, pero, sobre todo, para saber hacia dónde te diriges. Los escépticos que pidieron la cabeza de Simeone y desconfiaron de la que probablemente sea la figura más importante de nuestra historia callan hoy. Su silencio es música para quienes somos del Atleti y preferimos morir bajo la batuta del Cholo que triunfar siguiendo a otro líder.

Enmudecidos han quedado todos esos murmullos, porque Simeone ha revertido una situación que «no iba a ser capaz de revertir». Porque en la nocturnidad y en la gélida noche de Madrid, y en lo que debería ser un partido corriente, en los libros de historia del Atlético de Madrid y del fútbol se ha escrito una página más. Una página que habla sobre un solo hombre que de la nada ha levantado un Imperio; que sin materiales, ha forjado una enorme metrópoli.

El bautizo ya se ha celebrado — y de qué manera —. Para todos aquellos que pidieron explícitamente la marcha de Simeone porque «el equipo no marchaba al unísono por su culpa», tengo hoy seis razones por las que los jugadores son guerreros entrenados por y para el Cholo. Todo marcha ahora por un mismo camino. Jugadores, entrenador y afición remamos hacia una misma dirección: el bienestar del Atleti mismo.

Habiendo tenido la gran suerte de asistir anoche al Coliseo, al espectáculo y a la consagración de Simeone como una leyenda que ya se sienta al lado de Luis Aragonés, uno es capaz de darse cuenta de ciertos detalles que a través de la televisión no puede observar.

El primero, que Antoine no es un buen jugador; es más que eso: un jugador de tamaño planetario — nunca mejor dicho, pues el hombre del pelo rosa puede multiplicarse a fin de que varios Griezmann pueblen el terreno de juego —, con más clase que en un instituto, que se ha ganado su merecido perdón. Entre otras cosas, el francés es el mejor regalo que el cholismo mismo le ha hecho al fútbol, al igual que el Metropolitano es un lugar donde, entre otras cuestiones, el esfuerzo no pasa desapercibido.

El segundo, que este Atleti deleita. Sonríe, a fin de cuentas; el equipo es ahora la esencia de la palabra diversión en sí misma. Y por eso está jugando especialmente bien últimamente, porque los jugadores, bajo la batuta de Simeone, disfrutan de su trabajo. Olvidados han quedado ya los desastres y naufragios previos al mundial. Porque entre otras cosas — y Sabina y Leiva lo saben bien —, el Atleti de Madrid es resistir.

El tercero, que el ambiente que genera la afición del Atlético de Madrid es distinto. Y pese a que mil y unas veces me lo han descrito, vivirlo en tus carnes es otra cosa. Es una sensación asombrosa difícilmente descriptible. Es como sentirse vivo y libre junto a otras 57.000 personas que, ajenas a ti, se convierten durante un par de horas en tus 57.000 hermanos de siempre. El canto de los goles eriza la piel, en definitiva. Fueron seis gotas del mejor néctar que uno pueda degustar; seis empujones que la vida te da que significan seguir adelante.

Qué grande es el Atleti. Y más aún, qué grande es ser del Atleti. Especialmente en ocasiones tan especiales como la de anoche. Que las voces jamás se enmudezcan y que las luces de nuestro coliseo nunca se apaguen.

Por todo ello, en una nocturna cita con la historia misma, Simeone ha agrandado un poco más su eterno legado. En esta emocionante noche, Don Luis ha abdicado y el Cholo ha heredado el trono.